En el año 1.054 se
consumó la separación entre la iglesia de occidente y la de oriente. La
primera, sobre todo tras el Concilio de Trento (1.545-1.563), se vuelve cada vez
más polémica y racionalista, tratando de abarcar a Dios con su mente como un
concepto abstracto e inabordable y, al mismo tiempo, tratando de especular
sobre su naturaleza. La iglesia de oriente en cambio mantiene en su pureza el
concepto primitivo de buscar la unión con Dios, y la búsqueda de muchos padres de la iglesia
queda plasmada en la Filocalia (“amor a
lo bello”), que es una antología de textos ascético-místicos, dividida por
autores y temas, que recoge la sabiduría de oriente en el trabajo personal y la
dirección de las conciencias; este proceso se puede resumir con la introducción
que poseían las primeras ediciones de este libro:” Filocalia de los Padres
vigilantes, compuesta a partir de los escritos de los Santos Padres habitados
por Dios, en la que, por una sabiduría de vida, hecha de áscesis y
contemplación, el espíritu es purificado, iluminado y alcanza la perfección”.
En esta concepción mucho más práctica de la espiritualidad nace el Hesicasmo
(“quietud, tranquilidad”), que busca la reunión del hombre con Dios a través de
unos métodos que nos recuerdan claramente la tradición hinduista (Yoga),
budista (Zen) y esotérica.
Las técnicas
utilizadas en el ambiente monacal incluían la regulación de la respiración, la
postura del cuerpo, la visualización, el aislamiento, la vigilancia de uno
mismo, el control de los alimentos y, sobre todo, la repetición mantrámica
constante de la “oración del Corazón”. Cuando el novicio vence las pasiones del
cuerpo se convierte en un impasible y ha de dedicarse a la lucha contra los
pensamientos impuros para conseguir ser un hesicasta, sereno, dulce, manso y en
paz. En estos combates utiliza la oración del Corazón u oración a Jesús, que el
libro “El peregrino ruso” define diciendo que “la continua oración interior a
Jesús es una llamada continua e ininterrumpida a su nombre divino, con los
labios, en el espíritu y en el corazón; consiste en representarlo siempre
presente en nosotros e implorar su gracia en todas las ocasiones, en todo
tiempo y lugar, hasta durante el sueño. Esta llamada se compone de las siguientes
palabras: Jesús mío, ten misericordia de mí ”. La oración se puede dividir en
dos partes, ”Señor Jesús, hijo de Dios” es pronuncia, verbal o
mentalmente, mientras se inspira y se produce la diástole (dilatación) del
corazón, y la segunda parte “ten piedad de mí” se dice mientras se
espira el aire de los pulmones y se produce la sístole. Por supuesto esta
técnica necesita entrenamiento y el acompasamiento del corazón es lo más
difícil de conseguir, pero no ha de hacerse mecánicamente, sino sintiendo lo
que se dice. La oración tampoco es inamovible y algunos monjes preferían decir
solo Jesús o Jesucristo, lo importante es que una vez hecha la elección la
persona persevere en ella sin cambiarla.
Gregorio del Sinaí aconseja sentarse en un
asiento bajo, en la oscuridad e inclinar la cabeza sobre el corazón mientras se
pronuncia la oración sin interrupción. Calixto Telicoudes, por su parte,
aconseja: “ Cuando reces, inspira al mismo tiempo, y que tu pensamiento,
dirigiéndose al interior de tí mismo, fije su meditación y su visión en el
lugar del corazón de donde brotan las lágrimas. Que tu atención permanezca ahí
en la medida que puedas. Te será de gran ayuda. Esta invocación de Jesús es una
fuente de lágrimas continuas y abundantes que libera al espíritu de su cautividad,
otorga paz y ayuda a descubrir la oración permanente del corazón por la gracia
del Espíritu vivificante en Jesucristo Nuestro Señor”.
Ciertamente no todas
las personas comulgarán con la ideología cristiana, pero lo importante, al
igual que en la meditación, es concentrar nuestra atención en un símbolo que
aglutine nuestras más elevadas aspiraciones espirituales. Puedes escoger a
Buddha, a Mahoma o a lo que tú creas que
puede simbolizar tu Yo superior, lo
importante es la esencia, no el envoltorio.
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