sábado, 5 de enero de 2013

La plegaria: La Oración del Corazón


En el año 1.054 se consumó la separación entre la iglesia de occidente y la de oriente. La primera, sobre todo tras el Concilio de Trento (1.545-1.563), se vuelve cada vez más polémica y racionalista, tratando de abarcar a Dios con su mente como un concepto abstracto e inabordable y, al mismo tiempo, tratando de especular sobre su naturaleza. La iglesia de oriente en cambio mantiene en su pureza el concepto primitivo de buscar la unión con Dios, y  la búsqueda de muchos padres de la iglesia queda plasmada en la Filocalia (“amor a lo bello”), que es una antología de textos ascético-místicos, dividida por autores y temas, que recoge la sabiduría de oriente en el trabajo personal y la dirección de las conciencias; este proceso se puede resumir con la introducción que poseían las primeras ediciones de este libro:” Filocalia de los Padres vigilantes, compuesta a partir de los escritos de los Santos Padres habitados por Dios, en la que, por una sabiduría de vida, hecha de áscesis y contemplación, el espíritu es purificado, iluminado y alcanza la perfección”. En esta concepción mucho más práctica de la espiritualidad nace el  Hesicasmo (“quietud, tranquilidad”), que busca la reunión del hombre con Dios a través de unos métodos que nos recuerdan claramente la tradición hinduista (Yoga), budista (Zen) y esotérica.

Las técnicas utilizadas en el ambiente monacal incluían la regulación de la respiración, la postura del cuerpo, la visualización, el aislamiento, la vigilancia de uno mismo, el control de los alimentos y, sobre todo, la repetición mantrámica constante de la “oración del Corazón”. Cuando el novicio vence las pasiones del cuerpo se convierte en un impasible y ha de dedicarse a la lucha contra los pensamientos impuros para conseguir ser un hesicasta, sereno, dulce, manso y en paz. En estos combates utiliza la oración del Corazón u oración a Jesús, que el libro “El peregrino ruso” define diciendo que “la continua oración interior a Jesús es una llamada continua e ininterrumpida a su nombre divino, con los labios, en el espíritu y en el corazón; consiste en representarlo siempre presente en nosotros e implorar su gracia en todas las ocasiones, en todo tiempo y lugar, hasta durante el sueño. Esta llamada se compone de las siguientes palabras: Jesús mío, ten misericordia de mí ”. La oración se puede dividir en dos partes, ”Señor Jesús, hijo de Dios” es pronuncia, verbal o mentalmente, mientras se inspira y se produce la diástole (dilatación) del corazón, y la segunda parte “ten piedad de mí” se dice mientras se espira el aire de los pulmones y se produce la sístole. Por supuesto esta técnica necesita entrenamiento y el acompasamiento del corazón es lo más difícil de conseguir, pero no ha de hacerse mecánicamente, sino sintiendo lo que se dice. La oración tampoco es inamovible y algunos monjes preferían decir solo Jesús o Jesucristo, lo importante es que una vez hecha la elección la persona persevere en ella sin cambiarla.

 Gregorio del Sinaí aconseja sentarse en un asiento bajo, en la oscuridad e inclinar la cabeza sobre el corazón mientras se pronuncia la oración sin interrupción. Calixto Telicoudes, por su parte, aconseja: “ Cuando reces, inspira al mismo tiempo, y que tu pensamiento, dirigiéndose al interior de tí mismo, fije su meditación y su visión en el lugar del corazón de donde brotan las lágrimas. Que tu atención permanezca ahí en la medida que puedas. Te será de gran ayuda. Esta invocación de Jesús es una fuente de lágrimas continuas y abundantes que libera al espíritu de su cautividad, otorga paz y ayuda a descubrir la oración permanente del corazón por la gracia del Espíritu vivificante en Jesucristo Nuestro Señor”.

Ciertamente no todas las personas comulgarán con la ideología cristiana, pero lo importante, al igual que en la meditación, es concentrar nuestra atención en un símbolo que aglutine nuestras más elevadas aspiraciones espirituales. Puedes escoger a Buddha, a  Mahoma o a lo que tú creas que puede simbolizar tu  Yo superior, lo importante es la esencia, no el envoltorio.

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